Sin duda, Romero se consolida con un estilo propio, que va defiendo obra tras obra, en el que destaca la mezcla de técnicas, la originalidad de los diseños, la monumentalidad, y el aspecto añejo y clásico de unos murales, de tonalidades pastel y cuidado acabado.
La plaza de los Viñeros gana en esplendor con este icono devocional que invita a la oración, a la contemplación y a acariciar o besar su pie, como si se tratase de una imagen al uso.
El retablo vidriado es un compendio de detalles, y una clase magistral de los distintos elementos que debe incluir un mosaico cofrade. Así, no debe faltar la heráldica corporativa, la referencia de las fechas históricas, o las alusiones eucarísticas en una hermandad sacramental, y por ello en la parte superior corona un JHS dentro una Sagrada Forma, pendiendo uvas moradas del cálíz.
Por otro lado, como es habitual hay un especial cuidado en el trabajo de la testa, manos y pies, con un sutil ejercicio de la cuerda seca, y todo ello viene combinado con un primoroso labrado del dibujo de los bordados del túnica del Nazareno o de los brillos del madero.
El toque clásico se incide con la alusión bíblica de la frase latina Vinum laetificat cor hominis, o lo que es lo mismo, El vino alegra el corazón de los hombres, una adaptación del libro del Eclesiásticos (40, 18 y 20), con el guiño de que todo el vino que parte de la antigua plaza de Biedmas, hoy de los Viñeros, es buen vino.
Sin duda, Viñeros bendice y disfruta de un mural digno de un centenario, y que casi nos obliga a desviarnos 30 metros hacia la plaza de los Viñeros cada vez que subamos o bajemos por Carretería. Seguro que se nos alegra el corazón con la impronta del Nazareno. Hagan la prueba.